Etimológicamente, “ego” es una palabra que proviene del latín y significa “yo”, pero para la psicología, el ego es una instancia psíquica mediante la cual una persona se reconoce como “yo” y empieza a ser consciente de su propia identidad.
El ego es, en sí mismo, la parte central de la consciencia humana encargada de dar el sentido de “si mismo”.
Según Sigmund Freud el ego es la representación de la realidad y la razón. Es quien controla las pulsiones del “ello” y quien intenta satisfacer los deseos de este último de un modo socialmente apropiado. Cabe decir que la visión más popular y asociada quizá a esta vertiente algo más negativa y compleja del ego, nos la aporta las filosofías místicas y orientales como el budismo, según esto el ego es la fuente del sufrimiento.
A menudo vivimos apegados en exceso a nuestros pensamientos y a nuestras necesidades, y a los códigos heredados de nuestra familia y sociedad dando forma a una visión o concepción falsa y alienada, como es el ego.
Es como una ilusión, una fantasía que pretende situarse por encima de los demás. Cuando nos encontramos dominados por nuestro ego, la opinión que se tiene de uno mismo, está distorsionada, el verdadero “yo” se aleja y conocerse a uno mismo se complica.
El ego necesita creerse superior para disimular su verdadero sentimiento de inferioridad.
Las personas que viven dominadas por el ego, tienden a creerse superiores y no ven la realidad, es además una máscara social, un papel que nos aleja de lo que somos de verdad, esta máscara necesita la aprobación de los demás y necesita halagos tiene que tener el control de las situaciones y personas y quiere tener el poder porque en lo más profundo de su ser hay un temor.
El ego se aleja de la sencillez y se caracteriza por la complicación, una falsa autoestima que se necesita proyectar para que no se vea la gran inseguridad que hay en el interior.
El viaje del autoconocimiento consiste en trascender el ego para reconectar con la esencia que verdaderamente somos y dónde se encuentra la felicidad, la paz y el amor que equivocadamente buscamos fuera.
Bien encauzado y controlado balanceando, no es ni bueno ni malo en sí mismo, el límite está cuando empieza a producir sufrimiento.
El ego nos da sentido de identidad, organiza las ideas, experiencias y percepciones del mundo y las experiencias.
Sí, el ego es insaciable, por eso las personas egocéntricas suelen esforzarse al máximo para llevarlos a que reaccionen.
Para vivir desde el disfrute, la alegría y la felicidad, que son dones innatos del ser humano es conveniente focalizar en un terapia que ayude a desmontar todo lo no contundente del ego.
Sí, la búsqueda de caminos de autodesarrollo personal, la meditación y la quietud, el trabajo interior intenso o los distintos encuadres de la terapia conducen a un redescubrimiento del Ser. Por eso al alcanzar estos escalones paso a paso la personas auténtica y profundamente espirituales son seres sencillos, profundos, muchas veces silenciosos y gentiles y gustan de compartir y transmitir su propia experiencia, no desde el ego sino desde el aprendizaje que los llevó al momento presente.
Sí, el ego espiritual es básicamente, creer que uno mismo está en la posesión de una verdad absoluta y que no admite otros puntos de vista.
Un exceso de ego o de conciencia encerrada en uno mismo perjudica el crecimiento de la persona, ya que como podemos ir viendo el ego es cegador, arrogante, peyorativo, insaciable e inconformista por naturaleza, hasta un nivel de paranoia y obsesividad muy dañinas.
No debemos demonizarlo, el ego no es bueno ni malo, siempre en su justa medida. Vivir identificados con esta máscara tiene ventajas e inconvenientes. Más allá de protegernos el ego es la causa subyacente de todas las causas que nos hacen sufrir. Porque tan pronto alcanzamos una meta, nos provoca una profunda sensación de vacío en nuestro interior, la cual nos obliga a fijar inmediatamente otro objetivo.
Nuestro ego nunca tiene suficiente con lo que conseguimos, siempre quiere más. La insatisfacción crónica es la principal consecuencia de vivir identificados con este “yo” ilusorio.
El ego y la esencia son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación .El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra consciencia. Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan de nuestro control.
Por el contrario, cuanto más inconscientes somos de nosotros mismos, más oscuridad hay en nuestra existencia. Y cuanta más oscuridad, más sufrimiento y menos capacidad de comprender los acontecimientos externos
“El sufrimiento es lo que rompe la cáscara que nos separa de la comprensión”
-Khalil Gibram
Desde el día en el que nacemos, debido a nuestro complejo proceso de evolución psicológica, vamos desconectando de nuestra esencia, la cual queda sepultada durante nuestra infancia por el ego.
Así es también como perdemos a su vez, el contacto con la felicidad, la paz interior y el amor que forman parte de nuestra verdadera naturaleza, empezamos a tener una sensación de vacio e insatisfacción crónicos.
El ego es nuestro instinto de supervivencia emocional, es la distorsión de nuestra esencia, una identidad ilusoria que sepulta lo que somos verdaderamente. Nos lleva a construir un personaje con el que interactuar en el gran teatro de la sociedad.
Por mucho que podamos sentirnos identificados con él, no somos nuestro ego, ante todo porque el ego no es real, es una creación de nuestra mente. Vivir desde el ego nos lleva a estar tiranizados por un “encarcelamiento psicológico”, al no ser dueños de nosotros mismos, nos convertimos en esclavos de nuestras reacciones emocionales y, en consecuencia, de nuestras circunstancias.
“Si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás”
-Erich Fromm
En el término medio, en el equilibrio, está la felicidad, y si te cuesta encontrarlo, en Armonía Psicólogos te podemos ayudar a vivir en este punto.