Visualice en su mente la imagen de Brad Pitt. Teniendo su rostro en mente, ¿qué
podría decirme de la personalidad de este actor? ¿quizás que es inteligente? ¿Qué parece
simpático? Seguro que hasta su familia es perfecta, ¿no cree? Pruebe con estas fotos de
famosos a ver si cada uno le inspira cosas parecidas. Esta publicación la dedicaremos a ver la
importancia del atractivo físico en la impresión que nos formamos de otras personas desconocidas y cómo
unos rasgos físicos pueden hacernos pensar que una persona es de una determinada manera.
¿Ya tiene una idea de como es cada uno de ellos?
Seguramente sí, y apostaría a que no
ha clasificado a ninguna de estas personas como poco inteligente, pobre, antipático o
descuidado con su higiene personal.
¿A qué se debe esto? ¿Por qué no pensamos que Tom Cruise,
por ejemplo, pueda ser una persona antipática o algo peor? En gran parte, se debe a su
atractivo físico.
Desde hace tiempo, se sabe que el atractivo físico de una persona influye a la hora de
determinar los rasgos de personalidad de otros. No solo eso, el que una persona sea atractiva
nos hace pensar que viven en casas más elegantes, tienen coches más caros y tienen vidas mas
perfectas que la mayoría.
Pero todo eso es algo que ocurre no solo si nos fijamos en la cara, la información que
nos da el cuerpo también contribuye a la evaluación del atractivo. Mire las dos fotos que hay a
continuación y piense como puede ser cada una de las personas que tienen estos cuerpos.
¿Hay diferencias en lo que piensa de cada uno de ellos verdad? ¿Por qué? Pues se
debe a que las personas atribuimos rasgos más negativos (por ejemplo, perezoso, aburrido,
incompetente…) a quienes tienen sobrepeso que al individuo promedio; y mayor es la
diferencia si lo comparamos con alguien con muy buena forma física. Este hecho genera una
grave discriminación en el trabajo, la educación y en el entorno social de las personas que
tienen sobre peso.
Este efecto que hemos visto se conoce bajo el término “efecto halo”, acuñado por
Edward L. Thorndike. Dicho efecto consiste en que una característica positiva activa otras
características también positivas y viceversa; de tal forma que, si nos gusta una persona,
tendemos a clasificarle con características más positivas aunque no tengamos más información
sobre ella.
Por lo tanto, la simple apariencia física nos condiciona a actuar de una manera o de
otra, aunque no seamos conscientes de ellos. Y, además, muchas veces nuestra actitud y
comportamiento hacia dichas personas hará que cumplan nuestras expectativas. ¿A qué se
debe esto? Al famoso efecto Pigmalión.
El concepto “efecto Pigmalión” fue instituido por el psicólogo alemán Robert Rosenthal
para definir el fenómeno por el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el
rendimiento de otra. En su experimento para comprobarlo, Rosenthal y Jacobson cogieron a
un grupo de profesores y les dijeron que habían pasado una prueba de inteligencia a sus
alumnos. Posteriormente, les indicaron cuáles eran los alumnos que habían sacado más nota y
les aseguraron que serían los que más nota sacarían; y, a final de curso, así fue. Lo curioso es
que dicha prueba de inteligencia nunca se llevo a cabo. ¿A qué se debe entonces que esos
alumnos cumplieran lo predicho por los investigadores? ¿al azar? No, precisamente al efecto
Pigmalión. El hecho de que los profesores creyeran que dichos alumnos eran los que mejores
notas iban a sacar, hizo que, inconscientemente, su comportamiento hacia ellos fuera distinto,
propiciando dichos resultados.
Este efecto, aunque pueda parecer algo puramente positivo, puede tener también su
efecto negativo. Así, si yo interactúo con una persona, presuponiendo que su rendimiento va a
ser nulo, que no va a llegar a nada en la vida o que se va a poner violento, es muy probable
que mi comportamiento acabe produciendo precisamente eso que no me gustaría que
sucediera.
Entonces, ¿cómo evitamos vernos influidos por el efecto halo y el efecto Pigmalión?
Pues haciendo ejercicios de autoexploración. Dichos efectos tienen lugar sin que nos demos
cuenta pero, si antes de actuar, nos paramos y pensamos en cuál es nuestra actitud hacia una
determinada persona y por qué tenemos esa actitud hacia ella, podríamos minimizar el
impacto de dichos efectos en nuestro comportamiento.
Todos tenemos expectativas sobre las cosas que nos rodean, y eso afecta a cómo
vemos y cómo nos desenvolvemos en la realidad. Si podemos ser conscientes de cómo
nuestras expectativas son impulsan o nos impiden actuar de una manera con otra persona,
¿no seríamos capaces de actuar de forma más justa y eficiente con los demás? Por su puesto
que sí, pero hacerlo es algo que solo está en tu mano,
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