¿Qué pensarías si te digo que no te conoces a ti mismo realmente? ¿Te reirías? Puede sonar a locura que uno no se conozca a sí mismo, ¿no? Veamos si respondes igual a esta pregunta tras leer esta entrada.
El yo, más propiamente llamado autoconcepto, es la imagen que tenemos de nosotros mismos, y estos nos facilita el tener una “teoría” de nuestro comportamiento, capacidades y relaciones sociales. Aunque se ve influido por diferentes variables, la fuente principal de construcción del autoconcepto es la interacción social. Además, esos pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos podemos valorarlos positiva o negativamente, y a esa valoración de nosotros mismos es lo que llamamos autoestima.
Seguramente, tú, al igual que yo y que muchas otras personas, estás interesado en tener una imagen digna y decente de ti mismo. Muy probablemente así sea, aunque has de saber que son muchas las investigaciones que ponen en duda la precisión de la información que uno tiene de sí mismo. De hecho, la mayor parte de nosotros creemos conocer nuestras habilidades y nuestros rasgos, y elaboramos planes de acuerdo a ellos. Pero no siempre es oro todo lo que reluce. Un ejemplo rápido es que, si todos fuésemos tan competentes como creemos, no habría accidentes de tráfico, negligencias médicas, fracasos escolares o profesionales…
Pues se debe a que nuestro cerebro nos engaña y muchas veces nos mantiene ajenos a la verdad, lo que conlleva que nos juzguemos mejor de lo que en realidad somos. Por suerte, a lo largo de nuestra vida también son muchos los indicios que nos manda nuestro cerebro para demostrarnos que no nos conocemos especialmente bien.
1.- No tenemos acceso a toda la información que procesa nuestro cerebro: La mente humana no es como un archivador bien ordenado donde podamos encontrar la información clasificada para recordarla cuando queramos. Más bien, el procesamiento de la información es como un iceberg. Nosotros somos conscientes de una pequeña cantidad de esa información que tenemos disponible en un momento determinado. Sin embargo, a nivel inconsciente actúan procesos inteligentes, sentimientos y reacciones que comúnmente llamamos presentimientos, intuiciones… Aun así, es tanta la información a la que tenemos acceso que tenemos la sensación de estar en todo.
2.- Somos más conscientes de los resultados que de los procesos de nuestro pensamiento: Un claro ejemplo de esto son los presentimientos. Entendemos como presentimiento la sensación o impresión de que algo va a suceder. Es decir, creemos que algo va a ocurrir pero no sabemos qué es lo que nos lleva a sentir eso. Una de las explicaciones que en los últimos años ha surgido al respecto, afirma que los presentimientos se deben a la percepción de contingencias que hace nuestro cerebro sobre el mundo que nos rodea. Dicho de otro modo, si hace varios años íbamos conduciendo y, tras llegarnos un olor a margaritas, tuvimos un accidente, es muy probable que la próxima vez que estemos conduciendo y nos llegue un olor a margaritas, nuestro cerebro nos alerte de que algo malo va a pasar (aunque no seamos conscientes de haber olido a margaritas ni el día del accidente ni ahora). De esta forma, nuestro cerebro está constantemente asociando estímulos sin que nosotros nos demos cuenta de ello y, cuando se da una asociación que ya ha tenido lugar en el pasado, nos alerta de que algo similar puede ocurrir; otorgándonos esa intuición de que algo bueno o malo va a suceder.
3.- A veces nos engañamos inconscientemente: A menudo, los procesos mentales que producen un comportamiento son diferentes de aquellos que utilizamos para explicarlo; por lo que intentamos buscar argumentos racionales para explicar nuestra conducta, ignorando las razones ocultas que la produjeron.
4.- Necesitamos defender nuestra autoestima: Esto implica, a parte de no conocernos en profundidad, que sobrevaloramos la bondad de nuestros comportamientos y considerar que una acción común o sin ningún valor es un éxito espectacular. Otra consecuencia de esto es que nos es más fácil aceptar una crítica favorable sobre nosotros que una crítica negativa. No es de extrañar, por tanto, que también tengamos una tendencia a recordar nuestros éxitos y a olvidar nuestros errores. Un ejemplo de estas tres últimas razones sería el caso de una persona que ayuda a otra. El motivo podría ser ayudar buscando que otros lo alaben por ello, que dicha persona pueda deberle un favor o que realmente sea solidaria. Sin embargo, nos es más fácil y más saludable pensar que somos solidarios que admitir que estamos actuando por interés. ¿Y tú, alguna vez te has parado a pensar en las verdaderas razones por las que haces algo? ¿O quizás tienes miedo de conocerte de verdad?
5.- Ignoramos el poder que tiene la situación sobre nosotros: Las personas estamos en contacto constante con situaciones que nos presionan o nos obligan a hacer algo o a actuar de una determinada manera, y esto es algo que todos sabemos. Lo que ocurre es que, constantemente, tendemos a pensar que lo que hacemos se debe a nuestra voluntad e ignoramos el enorme poder que puede llegar a tener la situación sobre nosotros. Un claro ejemplo de esto es el experimento de la cárcel de Standford, del cuál hablaremos en la próxima publicación.
En definitiva, la percepción sobre nosotros mismos y sobre los demás es subjetiva ya que formamos nuestro juicio en función de la información que recoge nuestro cerebro según la interpretación que tengamos sobre la conducta del individuo a valorar
Todo esto no pretende ser un motivo para el cambio ya que muchos de estos procesos son automáticos e inconscientes. Pero sí que nos enseña que debemos dedicar más tiempo a auto-observarnos y a conocernos mejor, lo cual nos ayudará también a interactuar con otros de forma aún más eficiente y a aprender sobre nuestro comportamiento para poder entendernos mejor.
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