En la vida se hace necesario tomar decisiones diariamente, pero tomar según que decisiones puede ser difícil. En el momento de elegir surgen los miedos, las inseguridades y de más preocupaciones por las posibles consecuencias. En este artículo analizaremos la indecisión desde la óptica psicológica.
Podemos llegar a saber si una persona está bien o mal emocionalmente según toma sus decisiones. Cuando pasamos por un periodo más vulnerable o anímicamente bajo, un síntoma que se nos presentará es un coste desmesurado por tomar decisiones, nos entrará constantemente la duda de lo que implicará en un futuro aunque sea lejano. Sin embargo, la gente que presenta un estado anímico alto serán capaces de tomar decisiones de forma acertada, ágil y rápida más fácilmente. En resumen, se trata de una cualidad sintomática de una buena salud mental.
Existe gente para la que tomar cualquier decisión, por muy pequeña que sea, acaba convirtiéndose en un problema de gran calibre. Un ejemplo muy común de dificultad de decisión ante un problema pequeño es el de comprarse una camiseta, un debate interno que dará como resultado no solo no comprarla, sino que también se experimentará un mal rato por la incertidumbre de no saber lo que queremos.
Para todas aquellas veces que experimentamos una circunstancia de indecisión es bueno saber que, decidamos lo que decidamos, en realidad, siempre seremos felices por el simple hecho de no necesitar que en la vida todo funcione perfectamente bien para serlo. Vemos como terribles posibles fracasos en cualquiera de las opciones que plantee una decisión, pero tan terribles como nos imaginamos no serán. Lo único que tenemos que comprender es que si decidimos mal en cualquiera de estas pequeñas decisiones cotidianas perderemos algo, pero no pasará nada de mayor transcendencia para nuestra vida. Recurriendo al ejemplo anterior, solo pasará qué no tendremos esa camiseta, pero ya encontraremos otra y sabremos que la tendremos que comprar porque habremos aprendido.
El problema y causa de estas pequeñas indecisiones cotidianas es la terribilización. Creer que sería terrible algo que nunca será terrible. Cuando hemos cogido el hábito de terribilizar ocurre que tomar decisiones se hace muy difícil porque pensaremos que tanto si elegimos una cosa como la otra, con cualquier elección fracasaremos. Por lo tanto, todos los problemas de indecisión tienen la misma estructura y se solucionan de la misma manera, eliminando el hábito de terribilizar.
La terribilización se cura haciendo un trabajo psicológico serio contigo mismo para cambiar tu filosofía y llegar a entender que en esta vida no hay nada terrible. Todo dependerá de nuestro pensamiento, pues este condicionará nuestras emociones y nuestra forma de vivir la vida. Decirnos a nosotros mismos que algo es terrible nos llena de ansiedad y, en ocasiones, de depresión ya que nos afecta lo que nos decimos, no lo que nos sucede.
Otra condición imprescindible para la solución de este problema es saber ajustar y ordenar nuestras necesidades. Es solo cuando dominemos este hábito de terribilizar decisiones cotidianas que podremos decidir libremente lo que mejor nos convenga.
Es necesario saber distinguir decisiones importantes de otras que no lo son. En este sentido, vemos que dudar en exceso en pequeñas decisiones cotidianas no tiene sentido, como el ejemplo que hemos visto, pero en otras como qué carrera estudiaremos, si un trabajo me conviene, u otras similares, es completamente lícito y normal dudar. La duda ante estos últimos casos no debería alarmarnos por tratarse de decisiones con mayor transcendencia en nuestras vidas que las cotidianas que acostumbramos a terribilizar.
Son muchas las ocasiones en las que pensamos que ante la elección que implica una decisión la mejor solución es procrastinar. Es la costumbre de postergar o atrasar lo máximo posible la toma de decisiones hasta que estemos obligados a decidir o decida otro por nosotros. Esta no se presenta como una de las perores soluciones porque no aprenderemos a lidiar con las dudas, sino que agravaremos el problema de la indecisión y tampoco elegiremos lo que más nos convenga. Es necesario acostumbrarnos a tomar nuestras propias decisiones para ejercitar nuestra mente y evitar la terribilización.
La solución para evitar la procrastinación es acotar ese proceso de decisión. El que usa el truco de posterga las decisiones se engaña a si mismo/a para ganar una tranquilidad momentánea. La mejor manera de evitarlo es imponerse a sí mismo una disciplina de toma de decisiones. Por ejemplo, uno de los hábitos recomendables es hacer el ejercicio de dedicar una hora al día a ver los pros y contras de decisiones que tengamos pendientes de tomar en ese momento. Este ejercicio hará que, a base afrontar una misma decisión de forma repetida, le perdamos el miedo y decidamos con facilidad evitando aplazar la toma de decisiones.
A continuación presentamos una serie de ideas que debemos hacer propias para facilitarnos la elección en una decisión.