Se trata de un tipo de relación afectiva de gran importancia para nosotros que surge ya desde la infancia con nuestros padres, familiares o cuidadores principales, esto supone la búsqueda de seguridad, protección, cuidado y bienestar dentro de la relación. Se establece un vínculo que va a ser la base de referencia y apoyo en la relación con las persona y el mundo social.
Estos vínculos afectivos que a lo largo de nuestra vida vamos formando con distintas personas, tienen características comunes: son relaciones afectivas, perduran en el tiempo, tienen proximidad, y nos producen cierta ansiedad cuando tenemos una separación indeseada de la otra persona.
Alrededor de los doce meses, el bebé forma su primera relación de apego con una persona, estas relaciones estarán presentes a lo largo de toda la vida. Diversos estudios indican que el vínculo inicial de un bebé con su primera figura (habitualmente la madre) predice las relaciones que el niño establecerá a lo largo de su vida: hermanos, amigos, pareja futura…
Como resultado de las diferentes experiencias de apego, sobre todo con las “figuras centrales” en la primera etapa de la vida de una persona, acabamos conformando un determinado estilo de apego, una determinada manera de relacionarnos, de sentir y de pensar en las relaciones que requieren intimidad.
El estilo de apego se ha asociado como predictor de la conducta humana en relación con la conducta social; distintas investigaciones como la de Waters, Wippman y Sroufe (1979) demuestran que los niños de entre tres y seis años que presentaban mayor nivel de competencia social, habían sido bebés con una relación segura con sus figuras centrales en la etapa previa.
demuestran que los niños de entre tres y seis años que presentaban mayor nivel de competencia social, habían sido bebés con una relación segura con sus figuras centrales en la etapa previa.
Un apego adecuado se asocia con un correcto desarrollo emocional , con más empatía, con regulación de las propias emociones y con mayor actitud prosocial tanto en niños como en adolescentes. Un apego inseguro, por el contrario, lleva a una mayor conducta agresiva y hostilidad en la etapa del crecimiento.
Tipos de apego
No todos los autores coinciden en definir las tipologías, pero sí coinciden en afirmar que existe un apego seguro y un apego inseguro. Las mayores diferencias convergen en los subtipos dentro de la modalidad del inseguro.
Vamos a distinguir pues, los distintos tipos en la infancia y en la vida adulta:
Infancia → Apego seguro
Se caracteriza por confiar plenamente en la persona de referencia sabiendo que no nos va a fallar o abandonar, esto suele ser lo más habitual en la infancia. La ausencia de la figura de apego genera angustia y malestar, pero a su vuelta es siempre bien recibida.
Infancia → Apego inseguro o resistente
Parte de las dudas con respecto a la figura principal, no se está seguro de si cubrirá sus necesidades o de si contará con su presencia. El bebé está ansioso, al separarse de la madre (o la persona correspondiente) llora, pero el reencuentro no llega a consolarlo del todo.
Adultez → Apego seguro
No existe una preocupación frecuente por el abandono del entorno o por el excesivo compromiso, casi la mitad de la población tiene este tipo de apego. Las personas adultas se consideran merecedoras de afecto, tienen estabilidad, autoestima buena, independencia y buscan relaciones positivas.
Adultez → Apego inseguro o evitativo
Se da en personas que tienen dificultades para confiar en los demás y tienden a sentirse incómodos en las relaciones íntimas. Suelen aparentar frialdad, son menos sociables y autorrepresivos, aunque ello no implica que no puedan disfrutar de las relaciones.
La búsqueda de felicidad a veces nos puede hacer infelices, en las relaciones afectivas, el apego puede convertirse en adicción, el truco está en querer pero no llegar nunca a sentirse dependientes o esclavos de un sentimiento.
La madurez afectiva no viene dada por los años sino por las experiencias vitales. En este caso, el desapego no significa nada malo sino una relación sana y equilibrada donde cada individuo es independiente y a la vez puede confiar en la otra persona y viceversa.
Debemos vivir cualquier tipo de relación, no desde el miedo a la pérdida o el abandono, sino desde el amor y la confianza, para evitar generar un apego excesivo que sería negativo para las dos partes.
Recuerda que en Armonía, estamos encantados de ayudarte a gestionar tus vínculos afectivos, para más información consulta nuestros servicios.